La caída del liderazgo ''estrella'': cuando el ego bloquea la transformación
Durante décadas, el mundo corporativo ha venerado al "líder estrella": el ejecutivo carismático, visionario y a menudo individualista, cuya genialidad personal parecía ser la única fuerza impulsora del éxito. Este arquetipo, que en el Perú se manifiesta en un estilo de liderazgo "intelectualmente fuerte" pero "participativamente débil", se basa en la premisa de que una sola mente brillante en la cima es suficiente para navegar cualquier desafío.

Sin embargo, este modelo, que pudo haber sido funcional en épocas de mayor estabilidad, se ha vuelto no solo obsoleto, sino peligroso. La complejidad del entorno actual —marcado por la disrupción digital, las exigencias de sostenibilidad (ESG) y una volatilidad constante— ya no puede ser descifrada ni gestionada por una sola persona, por más brillante que sea. El "líder estrella", con su tendencia a centralizar las decisiones, se convierte inevitablemente en un cuello de botella, un punto de fricción que ralentiza la agilidad, sofoca la innovación y, en última instancia, pone en riesgo la viabilidad de la organización.
El ego como freno de mano: tres bloqueos para la transformación
Cuando el liderazgo se centra en el ego y el éxito individual, se activan tres poderosos frenos que bloquean cualquier intento de transformación profunda:
- El bloqueo de la innovación: Un liderazgo egocéntrico tiende a sufrir del síndrome "no inventado aquí". Las ideas que no se originan en la mente del líder son a menudo desestimadas o vistas con escepticismo. Esto crea una cultura de conformidad donde los equipos aprenden que es más seguro ejecutar órdenes que proponer nuevas soluciones. Como resultado, la inteligencia colectiva de la organización —su activo más valioso para innovar— queda completamente desaprovechada.
- El bloqueo del talento: El "líder estrella" a menudo percibe al talento emergente como una amenaza a su estatus, no como un activo a desarrollar. En lugar de mentorizar y empoderar a la próxima generación, puede limitar su autonomía y visibilidad. Esto provoca una inevitable fuga de los profesionales más ambiciosos y capaces, que buscan entornos donde puedan crecer y tener un impacto real, agravando la ya crítica escasez de talento directivo.
- El bloqueo de la confianza: El enfoque en el éxito personal choca frontalmente con la demanda cultural peruana de un liderazgo "humilde", cercano y auténtico. Un líder que prioriza su propia marca por encima del bienestar del equipo genera escepticismo y cinismo. Esta falta de conexión erosiona la confianza, el fundamento sobre el cual se construyen la colaboración y el compromiso a largo plazo.
El nuevo paradigma: del liderazgo "estrella" al liderazgo "constelación"
La era del genio solitario ha terminado. El futuro exige un cambio de paradigma: debemos pasar del "líder estrella" al liderazgo "constelación". En este nuevo modelo, el éxito no depende de una sola estrella brillante que opaque a las demás, sino de un conjunto de talentos diversos e interconectados que, juntos, forman un patrón poderoso y coherente: la visión de la empresa. El rol del líder moderno no es ser la estrella más brillante, sino el arquitecto de esa constelación.
Cultivar este nuevo modelo requiere una intención estratégica por parte de los directorios y CEOs. Aquí tres principios de acción:
- Incentivar el éxito colectivo: Es fundamental rediseñar los sistemas de compensación y reconocimiento para que premien de manera significativa los logros del equipo por encima de las hazañas individuales. Cuando el éxito se mide y se celebra colectivamente, la colaboración se convierte en la norma.
- Promover la humildad intelectual: Se debe fomentar una cultura donde se valore a los líderes por su capacidad para hacer las preguntas correctas, no por tener todas las respuestas. La humildad intelectual —la conciencia de que uno no lo sabe todo— es el catalizador que permite que las mejores ideas, sin importar de quién provengan, salgan a la luz.
- Evaluar para la colaboración: La competencia de "liderazgo participativo" debe dejar de ser un "deseable" para convertirse en un criterio no negociable en los procesos de selección y promoción ejecutiva. Es imperativo evaluar la capacidad de un candidato para empoderar, escuchar y construir sobre las ideas de otros.
La transformación ya no es opcional, y el liderazgo individualista se ha convertido en uno de los mayores frenos para alcanzarla. Hoy, los directorios y la alta dirección enfrentan el reto de impulsar líderes capaces de conformar verdaderas constelaciones de talento: equipos diversos, cohesionados y estratégicamente alineados. En este escenario, la ventaja competitiva no radica en una figura que brille en solitario, sino en la inteligencia colectiva de un grupo que comparte visión, propósito y capacidad de ejecución. El futuro pertenece a las organizaciones que comprendan que su mayor fortaleza está en liderar juntos.
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